Existe una fuerte conexión cósmica entre la escritura japonesa y la meditación trascendental. Una conexión que traza los lazos que unen el fluir de la vida con el contraste de lo caduco de nuestros cuerpos y lo perenne de nuestras almas eternas.
En el Japón feudal los nexos de unión entre la caligrafía, la religión y el arte de la guerra se habían quebrado por la mala interpretación de las enseñanzas ancestrales e hicieron perder el equilibrio a la sociedad japonesa de la época.
En aquella situación de decadencia apareció Ryotaro. Un joven samurai que ya a muy temprana edad mostraba una sabiduría que deslumbraba a los más ancianos eruditos de su tiempo. Su disciplina en las artes marciales era legendaria y solo comparable a su habilidad en los místicos ejercicios caligráficos.
Como ha sucedido a lo largo de los siglos con muchos otros que encontraron la suprema iluminación y que persiguieron la revelación de la verdad, fue perseguido por integrantes de resentidos cultos opuestos a sus enseñanzas que vieron temblar los cimientos de la existencia de sus instituciones al perder sus cortes de adherentes.
Una de sus enseñanzas más difundidas es la parábola que narra nuestra historia.
El despertar de la consciencia:
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viernes, 9 de abril de 2004
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